“No puedo hacer nada por ti más que trabajar en mí mismo. No puedes hacer nada por mí más que trabajar en ti mismo”.
– Baba Ram Dass
Es fácil querer cambiar a los demás, creyendo que tenemos las respuestas sobre cómo debería funcionar el mundo. De cierta manera queremos influir en otros y que se adapten a nuestra misma forma de pensar. Consideramos que si cambian, en ese aspecto que anhelamos ver transformado, todo sería mejor y más fácil para nuestra vida.
Entonces, nos sumergimos en la ilusión de que la transformación debe ocurrir en otros. Se nos olvida la naturaleza de cada individuo como un universo único compuesto de sueños, emociones, experiencias, aprendizajes…
En lugar de intentar moldear a otros, según nuestras expectativas, podemos enfocarnos en entender qué nos impulsa a querer hacerlo.
¿Qué nos motiva a querer cambiar a otros?
En medio de las complejidades diarias, existe una voz que está queriendo guiar nuestro camino. Esta voz, que busca protegernos, no siempre tiene la razón. Por el contrario en muchas situaciones considera que son los demás quienes deben cambiar y los responsables de nuestra reactividad.
Al intentar cambiar a los demás proyectamos nuestras propias expectativas y deseos sobre sus vidas, imponiendo nuestra visión limitada de la realidad. Como nuestras expectativas son más altas de lo que finalmente sucede, aparece la frustración, la insatisfacción y la impotencia. Generalmente esto viene acompañado de sufrimiento por las constantes quejas de esa voz diciendo: “lo que debería estar pasando es…”, “¿porqué me pasa esto a mí?”, “!no soy lo suficiente¡” “¿Qué he hecho para merecer esto?”
Darnos cuenta de que el deseo de transformar a los demás es un reflejo de nuestras propias luchas internas, de nuestras inseguridades y miedos, es una invitación a aceptar la vida tal como es y la diversidad inmersa en ella.
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En vez de creer que seremos felices cuando el entorno cambie; en lugar de aferrarnos a una lucha continua por transformar a otros, es posible dirigir nuestra atención a aquello que sí podemos cambiar: la forma en que respondemos a las situaciones.
Los posibles cambios inician en nuestro interior con una mente y corazón en coherencia. Equilibrando la mente y las emociones. Esto puede disminuir el excesivo juicio de esa voz interior.
Otro aspecto fundamental de la naturaleza del cambio es reconocer la naturaleza transitoria de todo o impermanencia. Nada es para siempre. Al igual que las cosas llegan, también pasan. Los cambios no se dan tratando de cambiar a otros, sino en reconocer nuestras propias luchas internas enfocándonos en las transformaciones que podemos realizar en nosotros mismos. Esto es un acto de aceptación de la vida y de las personas como son, con amor y compasión.
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